Mi familia me crió en la religión católica, más por tradición que por convicción. Como a los 20 años, después de vivir sin ningún interés en Dios, empecé a sentir un anhelo que nunca había tenido antes. Pensé que había llegado la hora de ser un verdadero católico, así que acudí a la Iglesia católica, me uní al grupo de la iglesia y me encargué de tocar la guitarra eléctrica, aunque mi fuerte era la batería. Nunca me la prestaron. Unos meses después, me di cuenta de que ese anhelo aún palpitaba en mi interior. El sacerdote nunca nos instruyó sobre leer la Biblia o buscar más de Dios; solo nos pidió que llegáramos puntualmente a la misa y que no olvidáramos entregar la ofrenda. Entonces decidí ignorar lentamente esa extraña necesidad de “algo” y dejé de asistir a la iglesia.
Tiempo después, un hermano nos sugirió que compráramos una Biblia para que viéramos la verdad de todo. Yo y mi esposa (aún no nos habíamos casado) decidimos comprar una Biblia y leerla. Ella la leía por la mañana y por la noche yo me la llevaba a mi casa para leerla. Este mismo hermano me envió un libro extraño llamado La revelación de los Siete Sellos (no estaba en el formato actual que ofrecemos en VGR, sino escrito a máquina). Creo que no era el momento oportuno para que leyera el libro y además la traducción era un poco difícil de entender. Tiempo después, me prestaron dos mensajes: La tempestad que se aproxima y Una vez más, Señor, los cuales pude entender perfectamente. Estaban redactados en un estilo muy placentero de hablar (como lectura) de lo que Dios nos ha dado.
Sin darme cuenta, ya había leído desde Génesis hasta Crónicas y también todo el Nuevo Testamento; lo que ahora importaba era obedecer la Palabra. Como provengo de un hogar católico, las tradiciones estaban muy arraigadas, especialmente en Navidad, cuando colocábamos un árbol y un pesebre. Éramos cuatro muchachos, y cada uno tenía su “niño Jesús”. Cada año nos turnábamos para arrullarlo y luego acostarlo, y ese año era mi turno. Llevaba leyendo la Biblia solo 4 meses, así que abrí mi Biblia en Éxodo 20:3. Tenía que tomar una decisión; entonces hablé con mis padres y les dejé claro que eso estaba errado y que ya no participaría en eso.
Pasado otro año, con mi novia seguimos leyendo la Biblia y el Mensaje. Nuestro conocimiento sobre la Palabra crecía significativamente cada vez que leíamos otro libro. Un día leímos Marcos 16, donde dice: “El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado”. Luego, en el Mensaje, el Hermano Branham insistía en que teníamos que ser bautizados, pero exactamente cómo enseña la Biblia en Hechos 2:38: “En el nombre del Señor Jesucristo”. Fue entonces cuando empezamos a buscar una iglesia donde nos bautizaran. Después de visitar varias iglesias pentecostales y otras denominaciones, nos dimos cuenta de que ninguna bautizaba conforme a la Biblia. ¡Gloria a Dios! Encontramos un lugar donde bautizaban correctamente y, el 2 de diciembre del 2000, sin siquiera considerar la fría temperatura de Monterrey (7 ºC bajo cero), nos sumergimos en las aguas. Una capa de hielo cubría las aguas donde nos bautizaron.
Este Mensaje nos infundió el deseo de llevárselo a cada persona sobre la faz de la tierra; bueno, al menos repartirlo de México hasta Chile era nuestra aspiración. Queríamos viajar para entregar las pocas fotocopias que teníamos y las Biblias que habíamos comprado con las primeras ganancias de nuestras ventas. Quería utilizar un Jeep Willys 1960 que acababa de comprar para llevar el Mensaje a territorios donde un vehículo convencional no podría llegar hoy en día. Dios hace que el gobierno pavimente las vías y construya carreteras mejores para que yo pueda llevarle este precioso Alimento espiritual al pueblo hambriento de Dios.
En octubre del 2008, me ofrecieron el cargo de distribuidor —un trabajo que siempre quise—. En esa época tenía un trabajo muy prometedor. Por 5 años aspiré a un cargo de ingeniería de calidad en una de las mejores empresas nacionales y finalmente lo conseguí. Pero eso no me detuvo, pues ahora me dedicaría a algo que siempre anhelé desde que conocí al Señor Jesucristo. Compartiría el Mensaje; esta vez ya no serían fotocopias, sino los libros y las cintas originales. Aunque no viajo hasta Chile repartiendo el Mensaje, aun así, los cinco estados en donde distribuimos son inmensos. Sin duda Dios equipa a Sus siervos para la obra. No puedo imaginarme cómo sería si no disfrutara tanto viajar y conducir por carretera.